Cada mañana desde que puedo recordar, el gordo caminaba solitario y a paso rápido a su carnicería que se encontraba a dos calles de la esquina en donde se detenía a comprar el periódico. El hombre del kiosco acababa de llegar hace a penas 10 minutos, pero ya estaba instalado en su asiento frotándose las manos mientras comenzaba a salir humito del calentador el cual descansaba junto a las chupetas de cincuenta pesos. el gordo metía sus gruesas manos en la gabardina color verde musgo y sacaba las monedas, con las cuales jugueteaba desde que había salido de casa, se las entregaba al gentil hombre que, sin prestar atención al carnicero buscaba con la vista su taza de plástico rojo con el logo de coca-cola desgastado. Luego, miraba al gordo y le deseaba que tuviera un buen día y lo acompañaba de una tímida y helada sonrisa, como respuesta el amargado hombre fruncía el seño y luego de un desprecio continuaba su camino a la carnicería.
Una calle y media más allá divisaba su local e introducía su mano en el bolsillo derecho de su pantalón desde el cual salía una cadena la cual conectaba con uno de los pasa cintos. al otro extremo se asomaban las llaves de los candados de la cortina de metal, llena de polvo y rayada con símbolos inentendibles hechos con spray de los delincuentes que marchaban una vez a la semana protestando hasta porque los zapatos les quedaban chicos, al menos eso era lo que pensaba el carnicero, mientras a duras penas lograba arrodillarse para retirar los candados, su físico cada vez acompañaba menos por lo que se mareaba al agacharse, esperaba un momento, respiraba y maldecía para si mismo y culpaba a su esposa, una mujer tan huraña como él mismo, aun no comprendía como podían llevar treinta años de casados.
Al fin lograba recoger todos los candados y levantar la cortina y encontrarse con el mismo escenario de cada día, al principio, cuando recién logró cumplir su sueño que era tener su local propio lo contemplaba unos minutos antes de entrar, ahora solo de limitaba a introducir las llaves en la cerradura y abrir la puerta de vidrio y en su nariz golpeaba ese olor que le era tan familiar, el olor de la carne.
Aquel día el muchacho de turno no podría ir a trabajar puesto que estaba con catarro, según le dijo al otro lado del auricular la noche anterior mientras el gordo miraba el partido de fútbol, fue por eso que tuvo que buscar un reemplazo para aquel día, no tenía a nadie más que al vago de su cuñado, un sujeto flaco y alto, de bigote de secundario y vista perdida, que no sabía hacer nada más que estar sentado en un paradero con unas hojas apoyadas en una tabla, un lápiz e indicarle a los microbuseros a cuantos minutos iban de la maquina que iba delante de ellos.
Cuando su cuñado llegó, el carnicero miró su reloj con correa de cuero desgastada y vio que venía catorce minutos y veinte segundos atrasado por lo que lo regañó, al patán se le había pasado la hora coqueteando con la dueña de la botica, una cuarentona escultural con fama de frágil, a ella le gustaba decir que disfruta de la vida que es una sola. Ni siquiera le permitió recuperar el aliento cuando le entregó la escoba y le dijo que quería el piso limpio en cinco minutos ya que en veinte minutos llegaría el pedido y él tenía que ordenar el congelador.
Los minutos avanzaron y con el avance de la mañana llegaron los perros callejeros a pasearse por fuera del local mirando hacia adentro esperando a que el gordo, que se miraba en el espejo y arreglaba su escaso pelo con un peine de bolsillo silbando “Estelita” de Leo Dan, le diera los algunos restos acumulados en las bolsas de basura bajo las vitrinas, pero nada, ni el gordo paraba de silbar ni el patán para el vaivén de la escoba que acumulaba el polvo cerca de la pala. Afuera la calle aun no despertaba, de vez en cuando pasaba un auto a marcha lenta con esos motores nuevos que no emiten el ruido de los automóviles del ayer, incluso un borracho que se creía Julio Cesar en la esquina gritaba de vez en cuando: “arrodillaos bárbaros y rindan tributo al emperador”.
Mientras el cuñado tomaba el balde, la pala y la escoba para ir a dejarlas atrás entraba en la carnicería doña Raquel, una vieja amarga y desaliñada, iba dos veces a la semana al local a comprar lo mismo, medio de carne molida y cinco chorizos, a penas la vio entrar el gordo saludo con énfasis frotándose las manos y haciendo el papel de amable, que personalmente era su peor faceta, la vieja ni siquiera atinaba a saludarlo y mirando la vitrina comenzaba a pasear su vista en silencio por cada una de las piezas, el gordo esperaba con cuchillo en mano y luego le preguntaba si iba a querer lo mismo de siempre, la vieja seguía sin responder. Luego se volvió hacia el carnicero al que miró fijamente y le pidió medio kilo de carne molida y cinco chorizos. Luego de atenderla, la vieja tomó con la derecha su bastón y de su antebrazo colgaba la bolsa de plástico con la carne y desapareció por fuera del ventanal izquierdo, por donde mismo había llegado minutos antes.
El gordo miró el reloj de pared en donde un cerdito sonriente sostenía el disco y los punteros daban un cuarto para las 8 cuando un camión blanco se estacionaba frente al local, al fin había llegado el pedido. Se bajó un muchacho con limitado vocabulario producto de vivir en un sector marginado por la sociedad en sus manos traía las facturas y entrando al local saludó deseando buenos días al caballero –refiriéndose al gordo-, le quitó el papel y comenzó a leerlo a ver que todo estuviera en orden. El muchacho se asomó hacia fuera y le hizo señas a los dos sujetos que lo acompañaban en el camión, uno era el conductor, un tipo de treinta años que se defendía tan solo con una licencia A-2, el otro era más joven, tenía aspecto de haberse pasado de la discoteca al trabajo sin haber pegado un ojo en toda la noche de farra.
El chofer del camión abrió la parte de atrás y comenzaron a bajar las piernas las cuales marchaban desde la calle hasta el congelador en los hombros de los tres sujetos. Media hora se demoraron en descargar el pedido. En ese lapso de tiempo había llegado el otro hombre que trabajaba en la carnicería, un viejo de bigote grueso y gafas de marco plástico negro y pronunciado, serio pero no por eso antipático, simplemente no hablaba mucho puesto que odiaba al gordo.
El bigotudo fue para atrás a cambiarse mientras el gordo pagaba la factura. En ese mismo momento un perro se escabullía hacia dentro acercándose a unos chorizos que colgaban del mesón y que el carnicero había olvidado guardar luego de la compra de doña Raquel, el perro con cautela tomó el chorizo y una larga cadena de chorizos se dejó caer al suelo los cuales el animal comenzó a arrastrar hacia la salida en donde el gordo miraba como el camión daba la vuelta por la calle siguiente, en ese momento el cuñado volvía del baño y soltó un grito acusador que hizo volverse al gordo que vio al pobre perro vago con una larga hilera de chorizos caer desde su boca hasta un metro hacia atrás. El gordo no lograba contener la ira y se abalanzó sobre el animal el cual se escabulló por el local aprovechándose del mal estado físico de su perseguidor, vio que la puerta estaba liberada y corrió hacia ella, el gordo no podía creer que eso hubiera pasado en su carnicería y la rabia se convirtió en desesperación, miró a su cuñado y le ordenó que corriera detrás del animalucho y que trajera esos chorizos, que esto era inaceptable y que no le pagaría ni un peso si no volvía con lo que el perro se había llevado. El patán salió detrás del animal a toda prisa tratando de pillarlo. El gordo trató de recuperar el aliento, estaba demasiado agitado, trató de calmarse y tomo asiento en una silla de madera que mantenía dentro del local. Buscó en sus bolsillos la pastilla que el médico le había recetado para la tensión y el stress, recordó que la había guardado dentro de su cartera que estaba en uno de los bolsillos de su gabardina la cual colgaba en la sala de atrás, su sorpresa fue aun mayor cuando vio que su cartera tampoco estaba donde la había dejado, inmediatamente pensó en los sujetos del camión y nuevamente la rabia se apoderó de él, comenzó a maldecir y en ese mismo momento el bigotudo volvía de la sala de atrás, pasó junto a él y le dijo que iría al almacén de la esquina a comprar café. Cuando el bigotudo se perdió en el último ventanal de la derecha, tres sujetos aparecieron por el último ventanal izquierdo. Todo fue demasiado rápido, entraron, uno de ellos sacó un cuchillo y comenzó a amedrentar al gordo para que le entregara todo el dinero, sin piedad los otros dos tipos se abalanzaron golpeando al gordo repetidas veces hasta dejarlo inconciente. El pobre carnicero yacía en el suelo con los ojos abiertos, estaba solo y faltó solo un minuto para que alcanzara a salvarse, pero por encontrarse solo no tuvo posibilidad y sus ojos abiertos veían sin ver como el liquido rojo caminaba desde si mismo hacia la puerta como abandonandolo sin querer hacerlo.
[texto de micro 01]
31.5.08
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1 comentario:
ya vendre a leer los textos atrasados !!
por ahora te cuento que hoy fui a grabar con mis compas y tenia que ir a un metro desconocido que me sonaba muy familiar en la linea 2 y resultó ser aqul en el que esperamos a tu padre ese día de fantasilandia
te extraño, me acorde tanto de ti hoy
muchos besos
como va la vida?
por aca con harto trabajo pero bien
un abrazo fuerte y largo
te quiero mucho mucho
su amiga cotty de siempre !
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